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Origen de la flora canaria
La flora vascular de las Islas Canarias está formada por unas 2.500 especies, de las que alrededor de 700 son endémicas, unas 100 endemismos compartidos con otros archipiélagos macaronésicos, como las Azores o Madeira, y en torno a 600 especies nativas de origen mediterráneo o norteafricano, correspondiendo el resto a especies introducidas. Esta extraordinaria biodiversidad vegetal está dividida en dos grandes grupos: el de la flora endémica, es decir, especies exclusivas del territorio canario, y el de la flora autóctona, también llamada nativa, compuesto por las plantas silvestres que, sin ser exclusivas de Canarias, han llegado al archipiélago por medios naturales y se han establecido aquí de forma espontánea.
Todo este conjunto florístico comenzó a vivir en nuestras islas a medida que
las mismas iban emergiendo de los fondos oceánicos, en un periodo estimado
entre unos 20 millones de años las más antiguas, como Lanzarote y
Fuerteventura, y de 1 a 2 millones de años las más jóvenes, como La Palma y
El Hierro, revelando la notable antigüedad de nuestra flora.
Es probable que las primeras formas de vida que se establecieran durante el
proceso de colonización fueran líquenes y briofitos, a los que siguieron
pteridofitos y plantas con flores. Llegarían a estos nuevos territorios
insulares por medio de esporas, frutos y semillas que arribaron mediante
diferentes métodos de dispersión: por el viento (anemocoria), por medio de
animales (zoocoria), o arrastrados por las corrientes marinas (hidrocoria).
Poco a poco, las plantas pioneras colonizaron los malpaíses y las zonas de
lava de las primitivas islas, donde a lo largo de los milenios la acción
conjunta de los procesos erosivos y la actividad biológica de la creciente
masa vegetativa se fueron crenado los primeros suelos y biotopos.
Esta época geológica coincide, al menos parcialmente, con los periodos del
Mioceno y Plioceno de la Era Terciaria, cuando las últimas grandes
glaciaciones acontecidas en la historia del planeta Tierra cambiaron
radicalmente el clima en Europa y África septentrional. Durante este
periodo, la región mediterránea formaba parte de la cuenca de un antiguo
océano, el llamado Mar de Tetis, que separaba Europa de África. En los
territorios situados alrededor de este gran mar subtropical la vegetación
debió ser muy similar en su composición y apariencia a nuestros actuales
bosques de laurisilva.
Pero la progresiva
expansión meridional de las áreas polares, con el consiguiente enfriamiento
del clima, dio lugar a un descenso hacia el sur de la flora, y casi al mismo
tiempo comenzó a secarse la zona del norte de África que ahora ocupa el
desierto del Sáhara. Esto dejó a la flora subtropical sin lugar donde
desarrollarse, acorraladas entre el creciente frío del norte y la aridez del
sur, lo que provocó una importante extinción de las especies vegetales que
vivían en esos territorios.
Las emergentes islas atlánticas, quedaron protegidas de ambos tipos de
catástrofes climáticas, el frío del norte y la desecación del Sáhara, por su
posición oceánica, que les proporcionaba una considerable protección frente
a esos importantes cambios climáticos, de modo que muchas especies propias
de esas zonas se refugiaron en las Islas Canarias y otros archipiélagos
oceánicos como Azores o Madeira, en las que sobrevivieron la mayor parte de
ellas, perdiendo solamente algunos de sus elementos más tropicales.
Probablemente, la gran altitud de la mayoría de estas islas sirvió como un
seguro adicional contra el clima, facilitando a las comunidades de plantas
la migración en altura, para escapar de los estragos de las variables
condiciones climáticas, lo que también puede haber contribuido a la
supervivencia de esta extraordinaria flora hasta la actualidad.
Esta teoría se halla sostenida por el descubrimiento en muchos lugares de esa antigua región mediterránea de fósiles de hojas y frutos de plantas idénticas a especies que actualmente se encuentran solamente en las Islas Canarias, Madeira y Azores, como el laurel (Laurus novocanariensis), el barbusano (Apollonias barbujana), el palo blanco (Picconia excelsa) y muchos de helechos canarios. En la zona continental, sin embargo, esa antigua flora aparece actualmente representada por unas pocas especies, más o menos modificadas respecto a las primitivas, que sobreviven en unos pocos lugares como el sur de España o el oeste de Portugal.
Entre esas especies de origen europeo que sobrevivieron en el territorio canario, muchas son elementos importantes de nuestra flora por ser parte esencial de los bosques de laurisilva, entre las que podencos citar el loro (Laurus novocanariensis), el viñátigo (Persea indica), el tilo (Ocotea foetens) o el acebiño (llex canariensis). Otras especies, de distribución mediterránea, que llegaron a las Islas en fechas lejanas, y que constituyen elementos básicos de los denominados bosques termófilos de Canarias, son la sabina (Juniperus turbinata spp. canariensis), el almácigo (Pistacia atlnatica), el lentisco (Pistacia lentiscus), el acebuche (Olea cerasiformis) o el marmolán (Sideroxylon canariense).
Otro importante grupo
de plantas canarias tienen sus parientes más cercanos en regiones secas del
sur y este de África o de la Península Arábiga, debiendo considerarse como
supervivientes de una antigua flora previa a la aparición del desierto del
Sáhara que se extendía por el norte y este del antiguo continente africano.
De entre las más interesantes de este grupo destacan los géneros Dracaena,
Campylanthus, Aeonium, Canarina, Parolinia, Euphorbia o Camptoloma.
Los restos de vegetación antigua que hoy se pueden encontrar en África oriental y septentrional, así como estudios de fósiles y polen, parecen confirmar la existencia de una vegetación tropical y semiárida en toda esta región, donde tuvieron que ser abundantes las comunidades de euphorbiáceas, con las que se relacionan muchas especies de los actuales cardonales y tabaibales canarios, como el cardón (Euphorbia canariensis), las tabaibas (Euphorbia balsamifera, Euphorbia aphylla, Euphorbia obtusifolia…) o los cardoncillos (Ceropegia dichotoma, Ceropegia fusca).
Por su parte, los pinares y
la vegetación de la alta montaña canaria presenta afinidades típicamente
mediterráneas, tanto en su composición florística como en su estructura.
Algo semejante ocurre en las comunidades de zonas húmedas, donde se hallan
muchas plantas que pueden tener una introducción reciente.
Finalmente, la flora de las zonas litorales, playas y acantilados, aún
cuando tiene algunas afinidades con la de las costas atlánticas europeas y
mediterráneas occidentales, posee unas relaciones más estrechas con la de
los territorios costeros del cercano continente africano.
Así pues, se estima que, al igual que ha sucedido en los archipiélagos de Azores, Madeira y Cabo Verde, las Islas Canarias han soportado durante millones de años la invasión de un gran número de plantas provenientes fundamentalmente de las zonas territoriales del sur de Europa y del norte de África, que serían las antecesoras de la mayor parte de nuestra vegetación. Algunas de ellas se han conservado con pocas variaciones desde su llegada, y otras, sin embargo, han sufrido un gran proceso evolutivo mediante diferentes procesos y estrategias, como son la radiación adaptativa o la vicariancia.
La radiación adaptativa es el proceso mediante el que, a partir de una
primera especie, se inicia un desarrollo evolutivo que da lugar a nuevas
formas, ampliamente diferenciadas de la especie madre, que van ocupando
nichos y hábitats vacantes, y que dan lugar a un número más o menos elevado
de nuevas especies. En Canarias, los casos más llamativos de este proceso
son los géneros Aeonium (bejeques), donde la especie original que llegó a
nuestras islas se ha diversificado en 28 nuevas especies, Argyranthemum
(magarzas) en 19, Sonchus (lechugas) en 29, Echium (tajinastes) en 20, y
Sideritis (chahorras) en 24. Cifras que van en aumento, puesto que el
hallazgo y descripción científica de nuevas especies y subespecies en este
archipiélago es un proceso continuo y muy activo.
En el caso de la vicariancia, la evolución se produce cuando el aislamiento
geográfico tiene mayor importancia que la presión selectiva. Esto ha dado
lugar a que en las diferentes islas de nuestro archipiélago se hayan
generado varias especies de un mismo género, que más o menos ocupan el mismo
piso de vegetación, pero en cada isla ha adaptado a sus distintas
circunstancias bioclimáticas evolucionado de diferente manera en cada caso,
como ha sucedido con los géneros Cheirolophus (cabezones), Crambe (coles de
risco) o Parolinia (damas).
La acción conjunta
de estos dos procesos es lo que ha permitido que las Islas Canarias sean un
tesoro de biodiversidad vegetal, que cuenta con un elevado número de géneros
y especies endémicas exclusivas de su territorio, y otra considerable
cantidad que comparten exclusividad con los otros archipiélagos
macaronésicos: Madeira, Azores y Cabo Verde. En la actualidad se calcula en
unas 700 el número de especies endémicas de Canarias, que parecen haber
provenido de poco más de un centenar de introducciones antiguas.
Más recientemente, con
la llegada de los primeros habitantes a Canarias, procedentes del noroeste
de África, fueron introducidas en las islas numerosas especies vegetales.
Este proceso empezó hace aproximadamente unos 2.500 años, y se aceleró
notablemente a partir del siglo XV, con la llegada de los primeros
conquistadores franceses, castellanos, y portugueses. El progresivo aumento
de la población canaria ocasionó la introducción, voluntaria o involuntaria,
de muchas especies de plantas silvestres, comestibles, forrajeras y
ornamentales, procedentes principalmente del área mediterránea y de la costa
atlántica europea.
En último lugar,
especialmente a partir de mediados del siglo XIX, con el progresivo
desarrollo de la navegación y los viajes intercontinentales, han ido
llegando a nuestras islas un considerable número de especies procedentes de
Asia, América del sur, Centroamérica, y otras regiones remotas. Muchas de
ellas constituyen un grave problema para algunos de nuestros ecosistemas,
por su agresivo carácter invasor, que va destruyendo y sustituyendo
progresivamente la vegetación original. Es el caso de plantas muy conocidas
como el rabo de gato (Pennisetum setaceum), el hedidondo o
matoespuma, (Ageratina adenophora), la pitera (Agave americana),
la tunera (Opuntia máxima), la valeriana roja (Centranthus
ruber), etc.
En resumen, se puede decir que el conjunto de la flora vascular de las Islas Canarias está formado por unas 2.500 especies, distribuidas de manera desigual en las diferentes islas en base a su superficie, variedad climática, orográfica, etc. Todas esas especies se agrupan en tres grandes bloques: el de las especies endémicas, las especies nativas, y las especies introducidas.
El origen de las especies
endémicas y nativas parece estar claro que se encuentra en la antigua flora
que a finales de la era Terciaria poblaba los territorios que rodeaban el
espacio ocupado por el mar de Tetis en la antigua cuenca mediterránea: sur
de Europa y norte de África.
La distribución
actual de este importante conjunto florístico en las diferentes islas del
archipiélago es muy variada, y está más condicionada por la edad geológica,
relieve y características climáticas de cada una de ellas que por su
extensión. De modo general, se calcula que la isla de Tenerife cuenta con
unas 1.470 especies silvestres, Gran Canaria 1.300, La Palma 900, La Gomera
900, Fuerteventura 750, Lanzarote 700 y El Hierro 700. En cuanto a número de
especies endémicas, la isla de Tenerife ocupa también el primer lugar con
unas 300, seguida de Gran Canaria con 215, La Palma y la Gomera con unas 200
cada una, El Hierro con unas 120, Fuerteventura con 78 y Lanzarote con 70.
Estas cifras son estimativas, variando en función de la información y los criterios aplicados por cada especialista, y del descubrimiento de nuevas especies o subespecies que se sigue produciendo en nuestro territorio gracias a la intensa e inestimable labor de innumerables botánicos, tanto nacionales como extranjeros, y la importante aportación de muchas personas que dedican gran parte de su tiempo a la labor del conocimiento, divulgación y conservación de nuestra flora.